Terminada la guerra la vida musical en 1946 presenta aspectos muy positivos: se funda la Orquesta Sinfónica Municipal, luego rebautizada Filarmónica de Buenos Aires. Una acotación importante referida al interior: salvo la Estable del Colón, las provincias se habían adelantado a la capital porque para entonces ya existían las Sinfónicas de Paraná y Córdoba. También nace el Collegium Musicum conducido por Guillermo Graetzer, que en sus años iniciales estrenará de Bach “El Arte de la Fuga” y “La Ofrenda Musical”; su trayectoria, con altibajos, llega hasta nuestros días. Y se funda Buenos Aires Musical, valioso periódico dirigido por Enzo Valenti Ferro cuya tarea continuó hasta 1979. En 1947 se produce una novedad trascendental: se funda la Asociación Amigos de la Música, que será durante su trayectoria un ejemplo de innovación y calidad; durante casi tres décadas se le debe un alto porcentaje de la actualización estética de la capital, tanto por la valorización de nuevos lenguajes como por su exploración del Barroco, Bach en particular. Memorables directores como Hermann Scherchen, Igor Markevich y Hans Rosbaud; bachianos eminentes como Gunther Ramin y Karl Richter; abundantes estrenos nacionales, como las “Variaciones concertantes” de Ginastera; Paul Hindemith dirigiendo sus obras; el estreno de “La Pasión según San Lucas” de Penderecki; y un enorme etcétera. En ese año se conoce al gran pianista William Kapell y al notable director Eugene Ormandy, y Aaron Copland estrena su Tercera sinfonía y “Primavera en los Apalaches”. Otro estreno muy valioso: “Juana de Arco en la hoguera” de Honegger dirigido por Kleiber. Y además, el Concierto en Fa de Gershwin, el Concierto de Aranjuez de Rodrigo, “Metamorfosis” de Strauss. Se conocieron cantantes wagnerianos como Set Svanholm y Astrid Varnay.
Por cierto 1948 fue un año significativo, ya que se fundó la Orquesta Sinfónica del Estado (hoy Nacional); tras brillantes años fundacionales con grandes directores (Kleiber, Kempe, Van Beinum) y un lustro admirable (1955-60) dirigido por Juan José Castro con profusión de estrenos valiosísimos, la Orquesta nunca más recuperó un nivel artístico tan alto debido a la impresionante inepcia con la que fue manejada por la Secretaría de Cultura durante décadas, salvo breves períodos mejores. Pero sigue siendo fundamental su presencia, pese a las dificultades. En ese año se conoció al gran pianista Walter Gieseking, que volverá otras tres veces y que en 1949 dictó un Curso Superior de piano en la Universidad de Tucumán. También debutó Nikita Magaloff, quien retornará seguido. Dos estrenos de Strauss: “Daphne” (Kleiber) y “El burgués gentilhombre”, música de escena para Molière. Y extraordinarios debuts en ópera alemana: Kirsten Flagstad, Hans Hotter, Ludwig Weber, Anton Dermota. En esa gran temporada todavía hay que mencionar a dos eximios directores de orquesta, Wilhelm Furtwängler y Victor De Sabata, y al Congreso de la Confederación Internacional de Compositores, donde William Walton dirigió el estreno de su Primera Sinfonía y se conoció la Pequeña Sinfonía Concertante de Frank Martin, autor del que en las dos décadas siguientes se estrenaron numerosas obras. También estuvieron Jacques Ibert dirigiendo partituras suyas y Ernst Von Dohnanyi, compositor y gran pianista. (A su vez Dohnanyi trabajó en Tucumán como titular de la Escuela Superior de Música). Ese impresionante año 1948 también registró estrenos tan valiosos como el Divertimento de Bartók, “Les Illuminations” y “Guía orquestal para la juventud” de Britten y el Concierto para cuerdas de Stravinsky. Y en ballet, “Las criaturas de Prometeo” de Beethoven, coreografía de Aurel Millosz.
Grandes pianistas debutaron en 1949: Arturo Benedetti Michelangeli y Friedrich Gulda (que en 1954 tocaría las 32 sonatas de Beethoven); violinistas como Isaac Stern y Szymon Goldberg.; y el admirable Cuarteto Húngaro, que en sus visitas de 1957 y 1970 ejecutó la integral de los cuartetos beethovenianos. Se conoció la impresionante ópera de Richard Strauss “La mujer sin sombra”, “Ifigenia en Aulis” de Gluck y “Padmâvatî” de Roussel. Y en concierto, la Misa de Stravinsky y la Suite Lírica de Berg. Dos debuts de grandes figuras que sin embargo fueron discutidas: Herbert Von Karajan en diez conciertos, y Maria Callas en tres óperas, donde sólo Norma le fue alabada. Y la bailarina Alicia Alonso hizo su primera presentación ; retornará varias veces con su Ballet Cubano.
Otra fundación memorable ocurrió en 1950: la Orquesta Sinfónica de Radio del Estado inició sus conciertos gratuitos en la Facultad de Derecho, que a través de las temporadas nos hará conocer a muchos directores y solistas de gran talento y con programación renovada que incluirá valiosos estrenos. Lamentablemente fue discontinuada en el gobierno de Illia. Además el año deparó conocer a figuras de la talla del violoncelista Pierre Fournier o los directores Rafael Kubelik, Malcolm Sargent y Karl Böhm . Este último sería fundamental, ya que tendría a su cargo la temporada alemana de 1950 hasta 1953; estrenará “Jenufa” de Janácek, “La canción de la Tierra” de Mahler, “Wozzeck” de Berg, “El castillo de Barba Azul” de Bartók y las “Cuatro últimas canciones” de Strauss. Sargent estrenó la extraordinaria Sexta sinfonía de Vaughan Williams. Ferenc Fricsay a su vez dio a conocer “Carmina Burana” de Orff y “Don Juan de Zarissa” de Egk (coreografía de Tatiana Gsovsky), y Carlos Chávez estrenó sus Sinfonías “India” y “Antígona”. Otro gran estreno: el Concierto para orquesta de Bartók. También vino el Ballet de la Opera de París con la dirección de Serge Lifar; se destacaron “Ícaro” con Lifar y “Fedra” de Auric con Tamara Toumanova.
Adolph Busch fue uno de los artífices de la revalorización de Bach en el mundo; en 1951 se lo conoció con la Orquesta de Amigos de la Música. Debutó el Cuarteto Vegh y ofreció los seis cuartetos de Bartók. Hubo estrenos valiosos de obras de Hindemith, Britten, Honegger, Janácek y Roussel. Debutaron dos directores admirables: Georg Solti (única visita) y Ataúlfo Argenta. En 1952 hubo dos grandes acontecimientos: se fundaron el Mozarteum Argentino y la Sociedad de Conciertos de Cámara. Esta última debutó realmente en 1953 y duró 15 años en los que ofreció programas de enorme audacia y variedad, que los melómanos veteranos añoran ya que jamás otra entidad hizo algo parecido en este rubro. Primeras audiciones (o estrenos): “Pierrot Lunaire” de Schönberg, “L’Amfiparnaso” de Vecchi, la integral de cuartetos de Hindemith y su “Ludus tonalis”; “Cuarteto para el fin de los tiempos” y “Tres pequeñas liturgias de la presencia divina” de Messiaen; “Giulio Cesare”, primera ópera de Händel que se ofreció en el país; “Il trionfo dell’onore” de A. Scarlatti; “Diario de un desaparecido” de Janácek; integral de las sonatas de Scriabin; “Mikrokosmos” de Bartók... En cuanto al Mozarteum, en pocos años se afirmaría como la más importante institución de conciertos no sólo de la capital sino del país, como da testimonio el Mozarteum de Jujuy. Su gigantesca trayectoria hasta el presente nos da un inmenso venero de extraordinarios artistas y conjuntos, que van desde el New York Pro Musica al Ensemble Intercontemporain, y que en especial abarca la mayor parte de las grandes orquestas del mundo. Imposible abarcar tamaña historia en estas líneas, pero puede afirmarse que el medio siglo amplio que transcurrió desde su fundación es sin duda el más asombroso periplo imaginable. Y sobre todo, lo que ha significado para el país el armado de sus filiales en distintos lugares de nuestra geografía, llegando a constituir la única verdadera red de conciertos que tuvimos y tenemos. Cada paso fue dado con firmeza, jamás decepcionando a sus socios y mecenas, con una calidad de organización y cumplimiento que tiene pocos parangones en el mundo. No es ésta vana alabanza sino el juicio objetivo que labor tan intensa y bien orientada merece. Sencillamente la historia de la interpretación musical de estos últimos 55 años en Argentina es inimaginable sin el aporte del Mozarteum. Y por ende el sedimento de buen gusto y cultura que ha permitido formar a sucesivas generaciones, más allá de los indudables valores de otras instituciones que también contribuyeron a lo que podría llamarse un entramado cultural virtuoso en el mejor sentido. Más allá de los altibajos económicos y políticos, hay una línea de genuina calidad.
Si he dado un relato bastante detallado hasta 1951, es porque fue el período esencial de formación de repertorio, todavía complementado con otras dos décadas muy intensas: los 50s y 60s. De allí en más los aportes de repertorio han continuado, pero el basamento puesto en las décadas anteriores ya estaba firme. Más allá de algunos años descorazonantes y de ciertas políticas gubernamentales de abrumadora ceguera y mediocridad, el país ha tenido aportes indudables en cada década. Si en los 50s y 60s el melómano podía acudir a los ciclos de conciertos organizados por Daniel, Iriberri y Gerard, gradualmente esas organizaciones van a ser reemplazadas por otras: la Sociedad de Conciertos de Buenos Aires trajo numerosos solistas de categoría (Earl Wild, Alexis Weissenberg), Pro Musicis y Quinta Dimensión, Tiempo y Espacio y otras instituciones enriquecieron la vida de conciertos. Ninguna de ellas subsiste. Y en las últimas décadas, dos instituciones complementan al Mozarteum: Festivales Musicales de Buenos Aires, heredera en cierto modo de Amigos de la Música, ha llevado muy en alto su estandarte de amor por la música, en especial el Barroco, y la seriedad de su trabajo; y Harmonia (actualmente Nuova Harmonia) ha realizado ciclos importantes que en ciertos años pudieron rivalizar con el Mozarteum. La Wagneriana, lamentablemente, tras muchas décadas de valiosa labor sobre todo en lo sinfónico-coral, ha entrado en un cono de sombra.