Entre la caída de Rosas y 1880, dice Gesualdo, “se establecieron veinte sociedades dedicadas a ofrecer conciertos en la ciudad. La principal de ellas fue la Sociedad Filarmónica, que se fundó en 1855”. Fue el inicio de una actividad sinfónica que ya no se interrumpirá. Cada año se sucedieron estrenos que fueron formando un repertorio. Por ejemplo, la Séptima sinfonía de Beethoven. También fue importante la Sociedad del Cuarteto que existió entre 1875 y 1886. Señal de su valor fue que en 1877 la Revue Musicale de París alabó la tarea de esta Sociedad, que para entonces ya había dado 44 conciertos de música clásica, tanto de cámara con su cuarteto como sinfónicos. Por cierto que aun se carecía de un concepto maduro de programación, con exceso de danzas y oberturas, pero se iba progresando. Pero ya se formaban orquestas grandes , al menos para ocasiones especiales. Y en cámara se escuchaban obras de real valor que iban formando un gusto maduro: el Trío op.1 No.3 y el Septimino de Beethoven, el Quinteto op.87 y el Octeto de Mendelssohn figuran en 1876. Y en la temporada siguiente se estrena el Cuarteto “Las siete palabras de Cristo” de Haydn.
Por otra parte, llegaron a estas comarcas muy famosos virtuosos del piano. Siegmund Thalberg en 1855 y el estadounidense Louis Moreau Gottschalk (notable compositor también) en 1867 fueron dos visitas de campanillas. La Gran Aldea se iba convirtiendo en gran capital cultural y justificaba los largos viajes en barco. Artistas europeos también se instalaron aquí. Por ejemplo, el pianista francés Alphonse Thibaud debutó en Buenos Aires en 1885 con el Concierto No.2 de Saint-Saens; en 1904 se alió con otro pianista, el italiano Edmundo Piazzini, para fundar un famoso Conservatorio. E intérpretes argentinos alcanzan niveles de virtuosismo, como Ernesto Drangosch que tocó el Tercer Concierto de Beethoven en 1892.
Ciertos aspectos de programación también demuestran una madurez creciente. Por ejemplo, los recitales de Lieder de la cantante alemana Berta Krutisch, radicada en Buenos Aires. Y hay nuevas salas, como la del Coliseum, con capacidad para 500 personas, quizá la primera de conciertos; emparentado con la cantante recién mencionado, fue David Krutisch quien tuvo la iniciativa, que se inauguró con “La Creación” de Haydn. Por su parte la Sociedad Filarmónica ofrece en Semana Santa los “Stabat Mater” de Pergolesi y Rossini. En 1862 ocurre algo trascendente: demostrando la musicalidad e iniciativa de la comunidad alemana, se funda la Deutsche Singakademie (Academia Alemana de Canto) que tendrá brillante labor y gran continuidad (llegó hasta mitad del s. XX). En esos años iniciales hubo hitos como el Requiem de Mozart (que se había ofrecido décadas antes en una versión muy rudimentaria), “La Peregrinación de la Rosa” de Schumann, sinfonías de Haydn y Beethoven. Hubo otras entidades nuevas: la Sociedad Musical Escocesa, que en realidad se dedicó a obras sinfónicas alemanas y austríacas; la Sociedad Unión Musical (1865); la Sociedad Musical de Socorros Mutuos que realizó conciertos sinfónicos (1866-7); la Sociedad Estudio Musical; el Club Musical; la Sociedad La Lira. En 1874 Oreste Bimboni estrena la Misa de Requiem de Verdi con las Orquestas combinadas de los Teatros Colón y Opera. El notable Nicolás Bassi funda en ese mismo año la Escuela de Música y Declamación de la Provincia de Buenos Aires . Y en otro orden de ideas, en 1874 Julio Núñez funda La Gaceta Musical, que durará catorce años y es la primera publicación especializada de crítica e información.
En la música sinfónica son años de formación de repertorio, por lo que no debe extrañar que 1888 registre los estrenos del Primer Concierto de Chopin, de la Sinfonía No.40 de Mozart o de la Fantasía Coral de Beethoven. O que recién en 1886 se haya conocido la Sinfonía No.6, “Pastoral”, de Beethoven. Pero ya ocurren hechos auspiciosos como conciertos sinfónicos dedicados íntegramente a música argentina, como el dirigido por Bassi en 1882 con obras de Rojas, A. Beruti, Hargreaves, Rolón y Bernasconi. O la aparición de repertorios hasta entonces no transitados, como el checo (Dvorák) o el ruso (Borodin, Glinka). O conciertos dedicados a un compositor, como el que ofreció obras de Saint-Saens. Y aparecen obras luego muy transitadas, como el Primer Concierto para piano de Tchaikovsky o el Primero para violín de Bruch.
También son años de fundación de Conservatorios, como el de Alberto Williams en 1893, que trae su formación francesa; destinado a ser compositor esencial en esa etapa, Williams además auspició conciertos valiosos y los dirigió. O de entidades como el Ateneo, que se consagró a varias artes y ofreció , por ejemplo, un programa entero wagneriano conducido por Williams (también en 1893). Sorprende la inclusión de obras de Grieg y Bruch en 1895. Grupos ingleses ofrecen oratorios como “Judas Macabeo” de Handel o “Elías” de Mendelssohn. Pero fue la ya mencionada Deutsche Singakademie, curiosamente dirigida por el italiano Pietro Melani, la que más hizo por ese repertorio: sólo algunas menciones de un imponente total demuestran cuánto se les debe: Requiem en do menor de Cherubini, Sinfonía “Canto de alabanza” de Mendelssohn, Rapsodia para contralto y coro masculino y “Canto del destino” de Brahms, “Stabat Mater” de Dvorak, “La primera noche de Walpurgis” y la música de escena de “El sueño de una noche de verano” de Mendelssohn , además de autores nada transitados hoy como Raff, Spohr , Gade o Rheinberger.