Desde el Norte ya Balboa tuvo vagas referencias sobre esa Sierra del Plata, pero fue Francisco de Pizarro quien en 1519 navegó bordeando la costa pacífica hacia el sur. Sólo llegó hasta Ecuador en ese primer viaje; en 1531 alcanzó Perú y aprisionó al Inca en Cajamarca. Entró en Cuzco en noviembre de 1533, completando la conquista. Dos años después fundó Lima. El primer Virrey llegó en 1544. Durante el siglo XVII se afianza el Virreinato del Perú, y en el XVIII se sofoca la sublevación de Tupac Amaru y se controlan las incursiones inglesas en las costas. La historia de Bolivia está ligada a las del Perú y del Noroeste argentino. Y en toda esa zona es el asombroso imperio inca (que Louis Baudin llama “socialista”), de tan alto desarrollo, el que imprimirá un sello indeleble y el que será la matriz en la cual se volcará la influencia española. Claro está que , si bien había y hay riquezas minerales en Perú, fue Potosí, en Bolivia, la gran fuente de la riqueza por sus minas de plata, y en última instancia, el motor de la conquista. Pese a la enorme distancia con la metrópoli española, fue esa plata la que mantuvo el poderío de España durante décadas.
Esta muy breve referencia histórica sólo pretende recordar algunos hitos y establecer que fue España la nación que trajo el inicial aporte europeo al acervo indígena de base. Y también reconocer que poco tenía que ver una civilización madura como la incaica con otras etnias que dominaban las costas del Paraná y del Río de la Plata, sin duda mucho más primitivas. Pizarro trajo algo de su propia cultura pero debió admitir la presencia de una cultura indígena de real importancia. Mendoza o Garay poco encontraron que pudiera causarles una limitación a su afán de colonizar más allá del impulso guerrero de esas etnias , mal llamadas “indios” (sólo lo son los de la India).
Carecemos de datos fidedignos, pero puede conjeturarse que estos aventureros audaces fueron raramente ejemplos de la gran cultura europea; lo importante era su ímpetu y su ambición, su mera supervivencia, al menos durante las primeras décadas de la conquista, su implantación de pautas organizacionales y administrativas españolas, de lo que se llamará el Derecho de Indias, de estructuras que pudieran durar y afianzarse, y ya pasado un tiempo, de la evangelización de las etnias locales. Puede suponerse que estos marinos cantaban mientras navegaban ya sea las canciones de su patria o ese repertorio simple y directo de cantos marinos (que un español del siglo XX trasplantado a Cuyo, Eduardo Grau, estilizaría en una bella obra llamada “Cantares de los pajes de nao”). Un vez llegados a tierra, estaba el duro trabajo de cada día , cuando ya la pulsión guerrera se había aquietado. Fue allí probablemente que en torno al fogón y quizá con una vihuela, músicos instintivos desgranaron sus canciones. Y con el correr de los años, algunos indígenas se aculturaron y dieron matices propios a esas canciones, así como, en grado menor, pudo ocurrir que los propios repertorios de los indígenas influyeran en aquellos colonos que ya estaban en la tercera o cuarta generación.
Debe reconocerse también que la impronta inca fue mucho más débil en nuestro Noroeste que en Bolivia y Perú, y que las otras culturas nuestras, si bien dieron mucho de valioso, no alcanzaron un grado comparable de madurez. O sea que, si bien hubo en Argentina etnias muy diversas en lenguas, costumbres y creencias, con algunos aspectos de considerable riqueza cultural (la complejidad del idioma guaraní, por ejemplo) , no se tuvo una gran civilización como sí lo fue la incaica, o en el Norte de América, la maya. Pero hubo culturas precolombinas de indudable interés, de las cuales nos han llegado testimonios concretos en la arquitectura, escultura y alfarería, y en pictogramas y petroglifos. No así de la música, ya que si bien la tuvieron, no la notaron y por ende no nos llegó en sus formas originales; sí en forma oral, con las lógicas distorsiones que son provocadas por el paso del tiempo. Y naturalmente nos llegaron instrumentos indígenas de fuerte personalidad como el erke, la quena o los sikus.
Tenemos de la era previa a la cristiana, por ejemplo, la admirable Cueva de las Manos en el Sur, o los petroglifos del Cerro Colorado en Córdoba; hay opiniones que dan una antigüedad de hasta 8.000 a.C. para ciertos especímenes de arte rupestre, lo cual , ligado a otros testimonios de toda América, tiende a reforzar la teoría del poblamiento americano a través del actual Estrecho de Bering en Alaska, que entonces seguramente aun existía como puente de tierra entre dos continentes (Asia y América). Mucho más cerca nuestro, las primeras culturas agroalfareras aparecieron hacia 250 a.C. Si bien inicialmente se las llamó diaguitas o calchaquíes, a medida que avanzó la investigación en el s. XX se las sistematizó en etapas y tuvieron diversos nombres. En el período temprano (hasta 650 d.C.) tenemos la cultura de la Candelaria (Salta y Tucumán), la Condorhuasi (Catamarca), la Ciénaga (valles calchaquíes, Catamarca, La Rioja, San Juan). . En el período medio (650 a 850) domina la cultura de la Aguada (también llamada draconiana), catamarqueña. Y en el tardío (850 hasta la Conquista) domina el Noroeste con toda una serie de culturas: Angualasto (La Rioja), Belén (Catamarca y La Rioja), santamariana (Catamarca, Tucumán y Salta), diaguita propiamente dicha (en todo el Noroeste) y sunchituyoj (Santiago del Estero). Hubo también alfarería incaica (de Bolivia) y atacamenia (de Chile). Otras zonas tuvieron menos valor , como sucede con la llamada cultura del Arroyo Malo (de raigambre guaraní).
También en piedra tenemos piezas admirables, como los menhires de Tafí del Valle (Tucumán). La región del Tucma (nombre que luego derivó en el actual) fue conquistada por los incas en la época de Viracocha debido a su interés en minerales como el cobre. Tenemos hachas de ese metal, por ejemplo, y en piedra o en otros metales, tales objetos como discos, cabezas de animales, pesas, etc. Y esas mismas culturas antes mencionadas nos han legado objetos de madera y de hueso, y admirables textiles. De modo que hay suficientes elementos como para apreciar los considerables valores de esas culturas.
Pero mi tema es la música, y como ya expresé, no es fácil encontrar testimonios más allá de lo que nos dicen los instrumentos. También en este aspecto el Noroeste es la zona más rica de nuestro país. Interesan aquí las piezas arqueológicas precolombinas. Se han encontrado sonajas de calabaza, flautas de hueso, campanillas cónicas de oro o piramidales de bronce, cascabeles, silbatos zoomorfos de piedra, flautas globulares, longitudinales y pánicas, trompetas de hueso y un ejemplar aislado de tambor. La música cantada solía tener un significado ritual y ser grupal.