En cuanto a la musicalidad del argentino, es interesante este extracto del “Facundo” de Sarmiento: “El joven culto de la ciudad toca el piano o la flauta, el violín o la guitarra... El pueblo campesino tiene sus cantares propios...El jaleo español vive en el cielito; los dedos sirven de castañuelas”. Cita así nuestro prócer algo bien documentado por estudiosos como Augusto Cortazar: la transformación de especies musicales españolas en similares argentinas. Por ejemplo, un viejo romance evocado por una vidalita. Por cierto, Carlos Vega e Isabel Aretz han documentado exhaustivamente estas transformaciones en sus fundamentales libros sobre folklore musical argentino.
Las danzas de salón siguieron siendo populares durante todo el siglo, y a las mencionadas bastante más arriba se fueron añadiendo la cuadrilla en seis partes, el “pas des patineurs”, el cotillón , el schottische... Los valses de Johann Strauss Hijo se impusieron. Lugares como el Club del Progreso daban grandes bailes. Todo esto es clara imitación de lo ocurrió en salones parisinos o vieneses, aunque con algún agregado como la habanera.
Volvamos a la ópera. El Colón fue dura competencia para el Teatro de la Victoria, trayendo figuras valiosas europeas y estrenando en 1858 “Gerusalemme” (segunda versión de “I Lombardi”) de Verdi. En 1860 la soprano Anne de Lagrange y la mezzosoprano Annetta Casaloni lucieron en el estreno de “Semiramide” de Rossini. También se estrenó “Aroldo” (segunda versión de “Stiffelio”) de Verdi. Tres estrenos verdianos del conjunto liderado por el director Wenceslao Fumi en 1862: “I Vespri Siciliani”, la primera versión de “Simone Boccanegra” y “Un ballo in maschera”. De 1864 a 1867 el empresario Antonio Pestalardo ofreció los estrenos de “La straniera” de Bellini, “Jone” de Petrella, “La Forza del Destino” (primera versión) de Verdi y dos óperas alemanas: “Der Freischuetz” de Weber y “Martha” de Flotow (si bien en italiano). Fueron esas funciones de “Fausto” (de enorme éxito) las que fueron parodiadas con sano humorismo por Estanislao del Campo en su “Fausto criollo”.
Desde 1868 se hace cargo de la compañía Angelo Ferrari. Estrenará en los dos años siguientes dos óperas de Mayerbeer, “Les Huguenots” y “L’africaine”), y “Mosè” de Rossini. La epidemia de fiebre amarilla de 1871 casi paralizó la ópera. Pero en 1872 se produce un acontecimiento: la inauguración del Teatro de la Opera, en el mismo predio del actual Opera, reemplazando al para entonces desaparecido Teatro de la Victoria. Hubo más Meyerbeer con el estreno de “Dinorah”. La rivalidad con el Colón fue fuerte en 1873: este teatro presentó las primeras representaciones de la “Aida” verdiana con la soprano del estreno mundial, Antonietta Pozzoni-Anastasi; pero Pestalardo, a cargo del Teatro de la Opera, a su vez hizo estrenar “Don Carlos” de Verdi (la versión en 5 actos originariamente en francés pasada al italiano) y “Le Prophète” de Meyerbeer. Y algo importante: el estreno de la más famosa ópera latinoamericana del siglo XIX, “Il Guarany” del brasileño Carlos Gomes. A partir de 1873 y hasta 1887 el notable director Nicola Bassi actuará en Buenos Aires con enorme repertorio. Pero además dirigió numerosos conciertos.

Puede decirse que para entonces, ya consolidada la República, la capital argentina pasa a tener la mayor actividad operística mundial en el período de la que podríamos llamar “contratemporada”, o sea que nuestro invierno permite actuar a grandes compañías europeas en meses del verano europeo cuando aun no había allá festivales de verano. Esa situación se mantendrá durante medio siglo y será la clave de la sofisticación cada vez mayor del gusto local no sólo en la ópera sino también en la vida de conciertos.