Ya en época de Rosas, se inaugura en 1838 el Teatro de la Victoria con funciones en las que intervinieron Justina Piacentini y Miguel Vaccani, pero no hay compañía de ópera estable hasta 1848 (Rosas no era melómano y no apoyaba la actividad; además la tensión política era una traba de fondo). La estrella en 1848-9 fue Mariana Barbieri-Nini , que había sido intérprete de la primera Lady Macbeth verdiana en Italia. 1848: se estrenó por primera vez en Argentina un Donizetti: “Lucia di Lammermoor”, seguido por “Il furioso nell’isola de San Domingo”. Y en 1849, más Donizetti: “Lucrezia Borgia” y “Linda di Chamounix”; pero también Bellini con “Norma” y Verdi con “Ernani”, ambos compositores por vez primera en Buenos Aires. Los estrenos se sucedieron en 1850: “Il Pirata” y “La Sonnambula” (con Carolina Merea) e “I Puritani” (con Luisa Pretti) de Bellini; “Gemma di Vergy” de Donizetti; “Nabucco” e “I due Foscari” de Verdi. 1851 fue otro gran año en lo que ya era una afición imparable por la ópera italiana: “I Lombardi” de Verdi, “Don Pasquale” y “Belisario” de Donizetti, y estrenos de L. Ricci, Nicolai y Marecadante; brilló la soprano Ida Edelvira.
Si hasta ese momento el gusto era unilateralmente italiano, una compañía francesa en 1852 estrenó óperas de Adam, Auber, Boieldieu, Paer, Hérold , Thomas, Isouard y las versiones francesas de dos obras de Donizetti: “La favorite” y “La fille du Régiment”. Por su parte la compañía Pestalardo daba a conocer “I Capuleti e i Montecchi” de Bellini y “Parisina” de Donizetti. Tras diez meses de inactividad por problemas políticos la compañía Olivieri en setiembre 1853 estrenó “I Masnadieri” y luego “Attila” de Verdi , “Marino Faliero” y “Maria di Rohan” de Donizetti.
1854 fue un gran año: 30 estrenos italianos y franceses incluyendo “Luisa Miller”, “Giovanna d’Arco” y “Macbeth” de Verdi; “I Martiri” (“Poliuto”), “Roberto Devereux”, “Maria di Rudenz” y “Anna Bolena” de Donizetti, “La Muette de Portici” de Auber, “La Juive” de Halévy, “Zampa” de Hérold, “Robert le Diable” de Meyerbeer, “Guillaume Tell” de Rossini y “Le Songe d’une nuit d’été” de Thomas. Pese a este gran incremento, seguía faltando un repertorio fundamental: el alemán.
1855 traería “Il Trovatore” y “Rigoletto” de Verdi y 1856 “La Traviata”, completando la llamada “trilogía popular” verdiana. Esa temporada también traería las primeras “zarzuelas grandes” (Barbieri, Gaztambide) reflejando así la cuasi resurrección del género en España y su pobreza en el campo de la ópera.
Pero el gran acontecimiento de esos años fue la construcción del primer Teatro Colón, que tenía nada menos que 2.500 personas de capacidad y empleaba por primera vez aquí alumbrado de gas y tirantería y armazones de hierro. Se inauguró el 25 de abril de 1857 con “La Traviata” y el tenor era nada menos que el célebre Enrico Tamberlick. De allí en más la tradición lírica se iba a afianzar en Buenos Aires para no interrumpirse hasta nuestros días. Por supuesto que tantos fecundos modelos dejaron su traza en nuestros incipientes compositores , además de haber formado un público culto y conocedor, pese a que todavía Buenos Aires era “la gran aldea” y no se había iniciado el proceso inmigratorio. O sea que era un público muy criollo que de algún modo había retomado las ideas rivadavianas tras el largo bache rosista. En esa época sin cine ni televisión, no había espectáculo más atrayente que la ópera.
Qué ocurrió con la ópera argentina? Nos cuenta Gesualdo que la primera la escribió Demetrio Rivero, pero en Brasil: “O primo da California” en 1855. La segunda sería “La gatta bianca” de Francisco Hargreaves, estrenada en 1875 en Florencia. De modo que esas óperas iniciales están respectivamente en portugués y en italiano.
Retrocedamos a la época de Rosas. Pese a las restricciones políticas, algunos hechos musicales merecen destacarse. Alberdi, con el seudónimo Figarillo, es nuestro primer crítico musical a partir de 1837. Y Sarmiento al fundar en 1839 el Colegio Santa Rosa , dice Gesualdo, “incluyó en el plan de estudios la música, para cuya práctica aconsejó las obras de Clementi y el ‘Método’ de Alberdi”. Clementi también era conocido por sus pianos, que se importaban desde Londres. La pequeña comunidad inglesa de Buenos Aires era muy activa, y además de editar un periódico en esa lengua, The British Packet, realizó conciertos de aficionados , o conciertos sacros como aquel del 14 de noviembre de 1832 con fragmentos de oratorios de Handel y Haydn en el primer templo protestante de la ciudad, que se había inaugurado en 1825 y todavía existe.
Otra comunidad poco numerosa pero importante en su actividad musical fue la alemana. En 1845 ellos estrenaron “La Creación” de Haydn, con la dirección de Johann Heinrich Amelong.
Por otra parte, los templos católicos fueron mejorando sus prestaciones musicales. Probablemente fue la Iglesia del Colegio o San Ignacio la que, liderada en lo musical por el Presbítero Picasarri, hizo mejor tarea, estrenando por ejemplo una Misa de Cherubini en 1832 o la Misa en Re mayor de Beethoven en 1836. Esta última, la “Solemne”, tiene grandes requisitos de ejecución y resulta difícil creer que toda su instrumentación se haya respetado, pero se hizo el esfuerzo, como años antes se había hecho con personal insuficiente el Requiem de Mozart.
Pasando a otro tema importante, en la primera temporada del Colón se conocen dos grandes ballets románticos, inaugurando la tradición local del gran repertorio de danza: “La Sylphide” y “Giselle”. Gradualmente Buenos Aires se irá convirtiendo en una plaza importante para la danza académica.
En la vida de conciertos, de modo bastante espaciado al principio y luego con mayor asiduidad, nos visitaron artistas europeos: el violinista francés Amédée Gras en 1827 y 1832, el ejecutante del mismo instrumento Carlo Bassini (napolitano) en 1835, el violinista y director italiano Andrea Guelfi en 1838, y en las mismas especialidades Agostino Robbio en 1848. Otro violinista, el alemán August Moeser, llega al año siguiente. La predilección por el violín resulta evidente ante esta sucesión de visitas, que culminó en 1850 con el único discípulo de Paganini, Ernesto Sivori.