El punto de arranque nos lo da nuestra historia. Antes de la independencia formamos parte del Virreinato del Río de la Plata (creado en 1776) pero también, más atrás en el tiempo, del Virreinato del Alto Perú. No está de más recordar que el del Río de la Plata incluía parte de la Argentina (catorce provincias, sin el Sur) pero también amplios territorios que no forman parte actualmente de nuestro país: las intendencias de La Paz, Cochabamba, Charcas y Paraguay, y las provincias de Moxos, Chiquitos, Montevideo y Misiones (parte de esta última sería argentina). Y que el Sur sólo se gana como consecuencia de la Conquista del Desierto en la Presidencia de Julio A. Roca.
La formación de nuestra nacionalidad fue muy lenta y tuvo dos rutas esenciales de penetración: el Río de la Plata y el Río Paraná por un lado y los caminos del Inca y otras entradas naturales del Noroeste. La primera ruta fue iniciada por Juan Díaz de Solís en 1516. Luego Magallanes pasó por la zona del Río de La Plata en 1520 pero siguió viaje al Sur, siendo el primero en tocar puntos de la Patagonia antes de descubrir el estrecho que lleva su nombre y luego cruzar el Pacífico y encontrar la muerte en un enfrentamiento con indígenas en Mactan. Eventualmente Sebastián Elcano logró volver a España y Carlos V preparó una nueva expedición liderada por Sebastián Caboto (1526); éste recibe en Brasil relatos deslumbrantes de los indios de un Rey Blanco y de la Sierra del Plata y en 1527 penetra en el Río ya entonces llamado de la Plata por los portugueses, rivales de los españoles. Caboto funda el fuerte Sancti Spiritu , que duró poco. En 1535 se lanza la armada de Pedro de Mendoza, que al año siguiente funda Nuestra Señora del Buen Aire. Con él vinieron varios músicos: Diego de Acosta fue Maestro de Ministriles, Antonio Rodrigues era flautista y cantante. Juan de Salazar de Espinosa funda Asunción en 1537. Continuarían en las siguientes décadas las fundaciones de las capitales de todo nuestro Centro y Norte y el impulso civilizador se iría expandiendo, pese a las dificultades de las grandes distancias o a las hostilidades de las etnias aborígenes. Los militares trajeron su música y usaron , nos dice Vicente Gesualdo, “pífanos, trompetas lisas, atabales y tambores o cajas de guerra, de larga caja cilíndrica”. Lange por su parte considera que la calidad de la música militar fue muy baja pese a que abundó.