Antes de continuar, recordemos aquí que sólo a partir de 1561 se fundaron ciudades estables si bien pequeñas y precarias: Mendoza en ese año, San Juan en el siguiente, Santiago del Estero un año más tarde, Santa Fe y Córdoba en 1573, la segunda Buenos Aires (1580), Salta (1582), Corrientes (1588), Jujuy (1591) y San Luis (1596). Lima, dice Mario J. Buschiazzo, “decidía y repartía todo; sobrevivían precariamente, con amenazas constantes de ataques indígenas, sequías, plagas. Fuera de vagas descripciones, nada se conserva; el s.XVI no cuenta en la historia del arte argentino”.
A medida que se iba obteniendo una mayor estabilidad y seguridad, empezaron a instalarse capillas e iglesias, generalmente pequeñas ya que la población era aun escasa. No nos han quedado muchas del s. XVII, pero pueden mencionarse Santo Domingo de La Rioja (1623), Purmamarca (1648), Yavi (1690), Uquía (1691) , Cochinoca (1693), Casabindo (probablemente 1699). La catedral de Jujuy tuvo varias versiones; la penúltima, de 1659; la última, entre 1761 y 1765.
En 1589 ocurrió algo importante en Córdoba, punto nodal entre la influencia de Lima y la del Río de la Plata: el establecimiento de los Jesuitas ; en pocos años crearon una serie de edificios valiosos, incluso en 1608 una “iglesia grande y capaz”; entre 1645 y 1654 se realizó la iglesia de la Compañía de Jesús que aun tenemos. Fuera del ámbito jesuítico, la Catedral primigenia , iniciada en 1581, se derrumbó en 1677; la nueva se inició en 1699 y recién se terminó en 1758. Pero los Jesuitas sí desarrollaron el Colegio Máximo (luego Universidad) y adquirieron y explotaron estancias , en las que fundaron entre 1618 y 1678 famosas iglesias: Santa Catalina y Candonga , Jesús María, Alta Gracia y Candelaria. Conociendo el integral espíritu humanista y artístico de los jesuitas, ciertamente dieron impulso a la música sacra. Y ello me lleva a varias digresiones necesarias e ilustrativas.
Fuera de los límites de la actual Argentina pero dentro de los del Virreinato del Perú, hubo una inmensa labor jesuita en la Chiquitania boliviana. Allí asombrados investigadores , varios de ellos argentinos (Gerardo V. Huseby, Carmen García Munoz y Wademar Axel Roldán, entre otros) , descubrieron un extraordinario venero de arte musical barroco , con creaciones de música sacra de singular importancia, incluyendo alguna ópera de ese carácter y por supuesto misas y motetes. Muchos centenares de partituras se han descubierto, y un porcentaje que va creciendo ha sido grabado por varios conjuntos, incluso algunos argentinos. Hay allí no sólo obras de jesuitas procedentes de varios países europeos sino también de no jesuitas y hasta de algunos indígenas que lograron aprender con solvencia la técnica de la composición barroca. Existen además testimonios de la calidad de los conjuntos instrumentales y vocales en esa remota selva boliviana. Seguramente el Festival Barroco más insólito del mundo es el que tiene lugar desde hace dos décadas con frecuencia bienal en Abril. Hay evidencias de contactos entre los jesuitas cordobeses y los de Chiquitania.
Lo cual me lleva a la presencia de un notable compositor italiano en Córdoba: Domenico Zipoli. Nacido en Prato en 1688, era en 1716 organista en Roma de la Iglesia del Gesú, templo mayor de los jesuitas. Ese año publicaba su op.1, “Sonate d’intavolatura per organo e cimbalo”. Por largo tiempo se desconoció su trayectoria posterior, pero en 1930 el Padre Guillermo Furlong, en su obra “Los Jesuitas y la Cultura Rioplatense” (1930) mencionó en el capítulo XIII, sobre los músicos que actuaron en la Provincia del Paraguay, a un “Hermano Domingo Zipoli”. Posteriores aportes de Lauro Ayestarán y Francisco Curt Lange confirmaron que Zipoli se había trasladado desde su importante cargo romano a Córdoba del Tucumán en la Capitanía del Río de la Plata. Sin duda fue su convicción religiosa, encendida por los relatos que le llegaban de la gran obra jesuítica en el Sur de América, la que lo llevó a tomar una decisión semejante. Ingresó en 1717 en el Convictorio (Seminario) del Colegio Mayor de Córdoba pero sin llegar a ser consagrado sacerdote por ausencia del nuevo Obispo. El Padre Peramás menciona que Zipoli escribió música para el Virrey de Lima; Curt Lange dice que en el Inventario de San Pedro y San Pablo (1767) de Misiones figuran “9 motetes del autor Zipoli”; Robert Stevenson encontró una misa suya incompleta en la Catedral de Sucre (misa que se estrenó en Buenos Aires en 1965 por el Coro de la Universidad Católica y en la que quien escribe fue coreuta); y el musicólogo Samuel Claro encontró dos motetes en la Misión de Moxos en Bolivia. Interesa el dato que nos da Lange: “la actividad profesional de Zipoli tiene que haber sido en extremo difícil, dado que la Compañía empleaba cantores e instrumentistas, todos ellos esclavos, que actuaban en su mayoría de oído”. Cree también Lange que escribió “música incidental y vocal para representaciones teatrales, los teatros de títeres, autos sacramentales e incipientes oratorios a ser llevados a la práctica en los Pueblos de Misiones”. Falleció de tuberculosis en 1726. Agrega Lange: “con la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, la profusa existencia de música europea en las salas de música de los Pueblos de las Misiones fue rápidamente víctima de roedores y de la humedad. También sufrió a consecuencia de apropiaciones indebidas”. Indudablemente mucha obra de Zipoli y de tantos otros se perdió para siempre.
Pese a la escasez de partituras y de testimonios, parece seguro que cierto porcentaje de obras musicales del Barroco europeo se conoció dentro de los límites de la Argentina actual en el tardío siglo XVII y en el XVIII y fue la base del repertorio, además de las obras de europeos trasplantados a nuestro futuro país. En su gran mayoría se trató de partituras sacras. Por cierto, ninguna ciudad argentina tuvo en esa época el nivel de cultura de Lima. Y además nuestras ciudades estaban aun poco desarrolladas, con escasa población e inmigración, incluso Buenos Aires. Y si bien el mayor motor de la cultura fue el movimiento jesuita, hubo música más allá de él en nuestras iglesias, y quizás en la intimidad de las casas de las familias tradicionales se habría cantado y tocado bastante música europea o sobre su molde en esa época.
Uno de los datos más desconcertantes de nuestra historia es la casi total desaparición de negros y mulatos a partir de fines del s.XIX, cuando habían abundado en el s.XVIII y la primera mitad del s.XIX; se da como razón principal su vulnerabilidad ante la epidemia de fiebre amarilla. Nos resulta difícil imaginar con la actual conformación de nuestra sociedad que ya desde fines del s.XVII abundaron los esclavos negros, y que un porcentaje significativo haya podido aprender música barroca europea con la dirección de maestros blancos, generalmente jesuitas, al extremo de que algunos de estos negros y mulatos llegaron a ser llamados maestros ellos mismos. Como sucedió con varias razas indígenas, resultaron tener una musicalidad innata y un gran poder de imitación. Las fuentes recalcan estos factores al tiempo que no les otorga un don creativo. Pero no deja de asombrar ese poder de absorción de música tan ajena a sus etnias de origen.